Movió la palanca hacia
un lado y el agua dejó de caer desde la ducha. Sin embargo las gotas seguían
deslizándose por su bello cuerpo hasta que llegaban a sus pies, delgados, y proporcionados
a sus casi metro ochenta de altura.
Alargó su mano a una de
las toallas blancas del hotel. Se secaba con parsimonia, llegando a cada rincón
de su cuerpo, con tranquilidad.
Alexandra rara vez
perdía la calma, era tan fría como sus grandes y bellos ojos verdes.
Su melena rubia natural
la recogió por un momento en una cola improvisada mientras se disponía a
ajustarse un ceñido vestido negro que le dejaba los hombros descubiertos y el
corte de la falda ligeramente por encima de la rodilla. Acto seguido tiró de la
cremallera negra que llegaba hasta casi el inicio de sus cervicales. No llevaba ropa interior, solía hacer eso
frecuentemente. Quiso sentirse en aquel momento dominadora de la situación como
una pantera salvaje ante el peligro. Con un cepillo empezó a moldear sus
cabellos enredados entre la humedad de las gotas de la ducha.
Cogió un perfume francés muy caro y se roció quizás en exceso, pues la
humedad y el calor de aquella ciudad acentuaban cualquier fragancia, en donde
era frecuente que los olores fueran parte del decorado de una urbe tan
populosa.
Sin embargo la
habitación de aquel hotel era totalmente aséptica, como si en vez de haber
dormido allí la noche anterior lo hubiera hecho en un quirófano.
Adornó su belleza con
unos pendientes negros circulares. Luego alargó su mano izquierda, era zurda,
hasta que alcanzó uno de los bienes más preciados para una mujer: su bolso.
Alexandra hizo una
comprobación de rutina a pesar de que sabía perfectamente que había allí y que
pocas otras mujeres solían portar: un pequeño revolver que brillaba como el sol
que se escondía por momentos en aquella ciudad, Estambul.
La seguridad de saberse
en posesión de aquella arma mortal añadió un punto más de confianza a su ya
seguro y equilibrado carácter.
Le faltaba calzarse
unos bellos pero incomodos zapatos negros de tacón que la elevaban por encima
de su autoestima que en cualquier
momento rozaba el excelente y la
llevaban a acercarse a un narcisismo, cosa que, esta última, no era para ella
un defecto sino todo lo contrario, una cualidad única. Era así como se sentía,
de lo contrario dificilmente podría realizar aquellos trabajos para los que se
le requería y que con su historial había logrado una gran reputación.
Por ello la noche anterior voló desde Moscú hasta
Estambul en primera clase y también porque le habían prometido una cantidad de
dinero cuya cifra llegaba a los cinco ceros de euros como mínimo.
Cogió las llaves del
hotel, se miró al espejo y dijo unas palabras en ruso como insuflándose ánimos
a un ego ya de por sí desmedido.
Cinco minutos después
ya tenía un taxi a las puertas del hotel. Eran la siete en punto de la tarde,
así lo había solicitado horas antes a quienes trabajaban en la recepción.
<<Puntualidad es lo que quiero. Y por supuesto discreción>> , le
dijo horas antes a un turco que la miraba como si en su vida hubiese visto una
rubia.
El taxista no se
diferenciaba mucho de cara al tipo de la recepción salvo que mostraba unos
modales más rudos y una mirada más descarada pero enseguida Alexandra se
percató y clavó sus ojos bellos pero envenenados en aquel tipo que le iba a
llevar a la otra orilla de Estambul, la europea.
Como la joven rusa
sabía del comportamiento de los turcos unido a que su orgullo no le permitía
esforzarse en pronunciar bien el nombre
de la calle a donde iba, ya lo llevaba preparado, en una tarjeta de visita
antigua que ni ella recordaba quien se la dio, escribió el nombre de la
dirección en donde la esperaban.
Cuando se acercaban al
puente para cruzar a la Estambul asentada en el continente europeo pudo ver el
sol poniéndose mientras los olores de aquella ciudad le empezaban a ser
nauseabundos. Tuvo que cerrar la ventanilla a pesar del calor y la falta de
aire acondicionado.
-Número de taxi por
favor –se le oyó decir a ella con tono firme mientras parecía sacar un elegante
bolígrafo y una minúscula agenda del bolso.
El taxista no daba
crédito. Llevaban menos de diez minutos y aquella extranjera estaba pidiendo no
se sabe qué cosa extraña.
Después de otro momento
de confusión el taxista entendió que le pedía el número de licencia del taxi.
Le indicó un número que pendía del salpicadero derecho y parecía querer meterse
en la guantera para salvaguardar la vergüenza en la que se había convertido
aquel taxi en lo últimos años.
La rusa empezó a
farfullar sola en su idioma imaginando
la bronca que les pegaría a los del hotel por facilitarle un taxi y su
conductor tan lejos de sus expectativas y clase.
<<¡Qué se piensan
estos turcos que son! Por más veces que vengo a este país siempre encuentro lo
mismo. Qué bien vivo en Rusia, pero necesito de vez en cuando escapar de ella y
si además me cubren de dinero mucho mejor>> , mascullaba entre sus
dientes con un hilo de voz tan débil que parecían más bien pensamientos
combinados con gesticulaciones de sus labios carnosos y libres de maquillaje.
Alexandra era una mujer
tan bella que apenas se maquilaba, cuando lo hacía alguna vez y eso sí,
ligeramente, se sentía a disgusto consigo misma. Repudiaba disfrazarse como una fulana, y eso era lo último con que pensaba
ser etiquetada.
Pero sabía también de
la ligereza de pensamientos de cualquier hombre al ver una mujer bella y muy
maquillada, así que en este tema transcendía completamente. Ella sabía
exactamente lo que era y quien lo pusiese en duda caería en el bochorno de
recordárselo la propia Alexandra.
El taxi ya atravesaba
el Bósforo y a su izquierda vio la silueta de las mezquitas más
importantes de Estambul. Cuando acabaron
de recorrer todo el puente volvió el caos. La circulación se ralentizó y los
sonidos estridentes se incrementaron. Aunque las ventanillas estaban cerradas
por el sistema de ventilación del salpicadero empezaron a entrar olores
entremezclados, y no solo especies que predominaban en todos los comercios sino
que las calles olían tremendamente mal.
El calor a principio de
verano convertía a Estambul en un infierno para quien tuviese el olfato
delicado, y Alexandra lo tenía. Cuando la situación llegó al límite de la
intolerancia la joven rusa dedujo que se
estaban acercando al Gran Bazar de la ciudad.
La Mezquita Azul
aparecía y desaparecía según tomaran la calles al igual que Santa Sofia de
Estambul, ahora mezquita y en otros tiempos templo cristiano con decoración
bizantina.
El taxista empezó a
hablar deprisa y titubeando como si su alteración fuera más allá del incidente
con el número de licencia de taxi.
<<Sólo farfulla
rápido porque me ha cogido miedo y está como loco diciéndome que ya estamos
llegando>> , pensó Alexandra esbozando una sonrisa maléfica. Una de las
cosas que más le excitaban en la vida era achantar a los hombres con su
personalidad, la otra era su devoción por el arte bizantino y todo aquel
perteneciente a Iglesia Ortodoxa que había vivido en su San Petesburgo natal.
El taxi aparcó frente a
una entrada de forma curva de un gran
palacio y a ambos lados creyó ver dos torres octogonales que acababan en punta.
Pensó un instante que eran minaretes pero un segundo después lo descartó: los
que iban a recibirle jamás invitarían a una infiel como ella a una mezquita, y
mucho menos para tratar temas como el de aquella tarde.
Alexandra sentía
verdadero repudio e intolerancia hacia todo lo que fuera árabe o islámico. Pero anteponía su profesionalidad a sus ideas
personales, sin dejar de ser como era: imperturbable y dura.
Fueron apareciendo
tipos a cual más oscuro de piel, especialmente si se acercaban a la joven rusa,
que portaban armas automáticas. Algunos pistola en mano, otros se aferraban a su Kalashnikov como si fuese
una extensión de su miembro fálico que les proporcionaba una seguridad solo
masculina.
<<Que rabia me da
ver a estos desgraciados portando un arma que inventó un compatriota mío. Esto
es casi insuperable pero me contendré>> , iba pensando la joven rusa
mientras que a cada paso que daba se encontraba con un guardaespaldas que le
decía: <<Salam Alaikum>>.
Alexandra con la boca cerrada ni respondía y ponía cara de confrontación.
Fueron pasando por
diversas salas donde predominaban bellas lámparas que pendían de un techo alto,
alfombras enormes con infinitas formas geométricas, y espacio, mucho espacio.
Aquel palacio era enorme y quien quisiese llegar hasta donde se hallase quien mandara
allí debería pasar tantos controles de seguridad que le sería imposible.
Ni los más cualificados
miembros de servicios de inteligencia como los estadounidenses lo tendrían
fácil para llegar al que hacía llamarse: El Sultán de la Mezquita Azul; por la
proximidad del palacio con aquel conocido lugar de culto.
Alexandra traspasó lo
que parecía la última puerta porque enseguida vio a un tipo barrigón y tumbado con una túnica y sombrero rojo que
pegaba sus labios a una cachimba de formas arabescas y color azul intenso.
<<Esos tipos solo
saben fumar, drogarse, son escoria>> ,luego por un momento recordó por un
momento la afición rusa por el vodka que tantos problemas había causado en el
país. <<y los que causará>> , siguió diciéndose como autocrítica
colectiva.
-Salam Alaikum –dijo con una sonrisa el Sultán de la Mezquita Azul.
Alexandra no contestó
pero inclinó ligeramente la cabeza y esbozó una sonrisa forzada.
-Buenos días
señorita-dijo el barrigón mientras soltaba la pipa.
-No me llame señorita.
Yo soy una dama. Si lo hace otra vez lo tomaré como un insulto. Bien, a lo que
íbamos –dijo Alexandra.
¡Hola! La verdad es que me ha gustado, el encuentro final entre dos culturas tan distintas le da un punto de intriga a la situación. Eso sí, bajo mi punto de vista (porque esto es subjetivo totalmente), me ha parecido que insistías mucho en la belleza de la protagonista. No es algo que me haya hecho dejar de leer, pero sí veo que quizá quedaría definida en menos líneas... De todas formas, las descripciones siempre son algo complicado, al menos para hacerlas de forma amena y a la vez lograr que los lectores imaginen justo lo que nosotros queremos que imaginen. A lo mejor se me ha hecho larga la introducción porque para mí ha sido como un relato corto al no tener el resto de la novela. Ha sido sólo una impresión en la lectura.
ResponderEliminarPero una vez ella se pone en movimiento, sí que destaco positivamente la descripción del lugar, todos los olores (un aspecto muy importante que muchas veces se nos olvida, y que además ya nos define bien a la protagonista), parece que te imagines el bullicio y eso me ha gustado mucho. Y ya digo, la descripción del encuentro final, también.
Mucho ánimo con el proyecto. ¡Saludos!
Gracias por tus comentarios. Mis protagonistas sueleb ser siempre muy bellas, como el arte etc.
ResponderEliminarSaludos
Hola, me pasa como con tus otras dos novelas que he leído, me atrapan desde el primer momento, me gusta la descripción de los personajes(tú chica muy guapa y sensual) los lugares por los que nos transportas (otra cultura) está muy bien descrito así yo lo creo, me gusta mucho creo que será otra gran novela, muchas felicidades.
ResponderEliminarGracias a ti Alma. Espero que guste a todos los que escribo.
ResponderEliminarGracias a ti Alma. Espero que guste a todos los que escribo.
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