domingo, 7 de agosto de 2016

¿Os gusta este comienzo para mi próxima novela?

Os dejo las primeras líneas de mi nueva novela, si os agrada por favor dale 'me gusta' y retuitea en este mismo enlace de twitter:

Movió la palanca hacia un lado y el agua dejó de caer desde la ducha. Sin embargo las gotas seguían deslizándose por su bello cuerpo hasta que llegaban a sus pies, delgados, y proporcionados a sus casi metro ochenta de altura.
Alargó su mano a una de las toallas blancas del hotel. Se secaba con parsimonia, llegando a cada rincón de su cuerpo, con tranquilidad.
Alexandra rara vez perdía la calma, era tan fría como sus grandes y bellos ojos verdes.
Su melena rubia natural la recogió por un momento en una cola improvisada mientras se disponía a ajustarse un ceñido vestido negro que le dejaba los hombros descubiertos y el corte de la falda ligeramente por encima de la rodilla. Acto seguido tiró de la cremallera negra que llegaba hasta casi el inicio de sus cervicales.  No llevaba ropa interior, solía hacer eso frecuentemente. Quiso sentirse en aquel momento dominadora de la situación como una pantera salvaje ante el peligro. Con un cepillo empezó a moldear sus cabellos enredados entre la humedad de las gotas de la ducha.
Cogió un perfume francés  muy caro y se roció quizás en exceso, pues la humedad y el calor de aquella ciudad acentuaban cualquier fragancia, en donde era frecuente que los olores fueran parte del decorado de una urbe tan populosa.
Sin embargo la habitación de aquel hotel era totalmente aséptica, como si en vez de haber dormido allí la noche anterior lo hubiera hecho en un quirófano.
Adornó su belleza con unos pendientes negros circulares. Luego alargó su mano izquierda, era zurda, hasta que alcanzó uno de los bienes más preciados para una mujer: su bolso.
Alexandra hizo una comprobación de rutina a pesar de que sabía perfectamente que había allí y que pocas otras mujeres solían portar: un pequeño revolver que brillaba como el sol que se escondía por momentos en aquella ciudad, Estambul.
La seguridad de saberse en posesión de aquella arma mortal añadió un punto más de confianza a su ya seguro y equilibrado carácter.
Le faltaba calzarse unos bellos pero incomodos zapatos negros de tacón que la elevaban por encima de su autoestima  que en cualquier momento rozaba  el excelente y la llevaban a acercarse a un narcisismo, cosa que, esta última, no era para ella un defecto sino todo lo contrario, una cualidad única. Era así como se sentía, de lo contrario dificilmente podría realizar aquellos trabajos para los que se le requería y que con su historial había logrado una gran reputación.
Por ello  la noche anterior voló desde Moscú hasta Estambul en primera clase y también porque le habían prometido una cantidad de dinero cuya cifra llegaba a los cinco ceros de euros como mínimo.
Cogió las llaves del hotel, se miró al espejo y dijo unas palabras en ruso como insuflándose ánimos a un ego ya de por sí desmedido.
Cinco minutos después ya tenía un taxi a las puertas del hotel. Eran la siete en punto de la tarde, así lo había solicitado horas antes a quienes trabajaban en la recepción. <<Puntualidad es lo que quiero. Y por supuesto discreción>> , le dijo horas antes a un turco que la miraba como si en su vida hubiese visto una rubia.
El taxista no se diferenciaba mucho de cara al tipo de la recepción salvo que mostraba unos modales más rudos y una mirada más descarada pero enseguida Alexandra se percató y clavó sus ojos bellos pero envenenados en aquel tipo que le iba a llevar a la otra orilla de Estambul, la europea.
Como la joven rusa sabía del comportamiento de los turcos unido a que su orgullo no le permitía esforzarse en  pronunciar bien el nombre de la calle a donde iba, ya lo llevaba preparado, en una tarjeta de visita antigua que ni ella recordaba quien se la dio, escribió el nombre de la dirección en donde la esperaban.
Cuando se acercaban al puente para cruzar a la Estambul asentada en el continente europeo pudo ver el sol poniéndose mientras los olores de aquella ciudad le empezaban a ser nauseabundos. Tuvo que cerrar la ventanilla a pesar del calor y la falta de aire acondicionado.
-Número de taxi por favor –se le oyó decir a ella con tono firme mientras parecía sacar un elegante bolígrafo y una minúscula agenda del bolso.
El taxista no daba crédito. Llevaban menos de diez minutos y aquella extranjera estaba pidiendo no se sabe qué cosa extraña.
Después de otro momento de confusión el taxista entendió que le pedía el número de licencia del taxi. Le indicó un número que pendía del salpicadero derecho y parecía querer meterse en la guantera para salvaguardar la vergüenza en la que se había convertido aquel taxi en lo últimos años.
La rusa empezó a farfullar sola en su idioma  imaginando la bronca que les pegaría a los del hotel por facilitarle un taxi y su conductor tan lejos de sus expectativas y clase.
<<¡Qué se piensan estos turcos que son! Por más veces que vengo a este país siempre encuentro lo mismo. Qué bien vivo en Rusia, pero necesito de vez en cuando escapar de ella y si además me cubren de dinero mucho mejor>> , mascullaba entre sus dientes con un hilo de voz tan débil que parecían más bien pensamientos combinados con gesticulaciones de sus labios carnosos y libres de maquillaje.
Alexandra era una mujer tan bella que apenas se maquilaba, cuando lo hacía alguna vez y eso sí, ligeramente, se sentía a disgusto consigo misma. Repudiaba  disfrazarse como una  fulana, y eso era lo último con que pensaba ser etiquetada.
Pero sabía también de la ligereza de pensamientos de cualquier hombre al ver una mujer bella y muy maquillada, así que en este tema transcendía completamente. Ella sabía exactamente lo que era y quien lo pusiese en duda caería en el bochorno de recordárselo la propia Alexandra.
El taxi ya atravesaba el Bósforo y a su izquierda vio la silueta de las mezquitas más importantes  de Estambul. Cuando acabaron de recorrer todo el puente volvió el caos. La circulación se ralentizó y los sonidos estridentes se incrementaron. Aunque las ventanillas estaban cerradas por el sistema de ventilación del salpicadero empezaron a entrar olores entremezclados, y no solo especies que predominaban en todos los comercios sino que las calles olían tremendamente mal.
El calor a principio de verano convertía a Estambul en un infierno para quien tuviese el olfato delicado, y Alexandra lo tenía. Cuando la situación llegó al límite de la intolerancia la joven rusa dedujo que se  estaban acercando al Gran Bazar de la ciudad.
La Mezquita Azul aparecía y desaparecía según tomaran la calles al igual que Santa Sofia de Estambul, ahora mezquita y en otros tiempos templo cristiano con decoración bizantina.
El taxista empezó a hablar deprisa y titubeando como si su alteración fuera más allá del incidente con el número de licencia de taxi.
<<Sólo farfulla rápido porque me ha cogido miedo y está como loco diciéndome que ya estamos llegando>> , pensó Alexandra esbozando una sonrisa maléfica. Una de las cosas que más le excitaban en la vida era achantar a los hombres con su personalidad, la otra era su devoción por el arte bizantino y todo aquel perteneciente a Iglesia Ortodoxa que había vivido en su San Petesburgo natal.
El taxi aparcó frente a una  entrada de forma curva de un gran palacio y a ambos lados creyó ver dos torres octogonales que acababan en punta. Pensó un instante que eran minaretes pero un segundo después lo descartó: los que iban a recibirle jamás invitarían a una infiel como ella a una mezquita, y mucho menos para tratar temas como el de aquella tarde.
Alexandra sentía verdadero repudio e intolerancia hacia todo lo que fuera árabe o islámico. Pero  anteponía su profesionalidad a sus ideas personales, sin dejar de ser como era: imperturbable y dura.
Fueron apareciendo tipos a cual más oscuro de piel, especialmente si se acercaban a la joven rusa, que portaban armas automáticas. Algunos pistola en mano, otros  se aferraban a su Kalashnikov como si fuese una extensión de su miembro fálico que les proporcionaba una seguridad solo masculina.
<<Que rabia me da ver a estos desgraciados portando un arma que inventó un compatriota mío. Esto es casi insuperable pero me contendré>> , iba pensando la joven rusa mientras que a cada paso que daba se encontraba con un guardaespaldas que le decía: <<Salam Alaikum>>. Alexandra con la boca cerrada ni respondía y ponía cara de confrontación.
Fueron pasando por diversas salas donde predominaban bellas lámparas que pendían de un techo alto, alfombras enormes con infinitas formas geométricas, y espacio, mucho espacio. Aquel palacio era enorme y quien quisiese llegar hasta donde se hallase quien mandara allí debería pasar tantos controles de seguridad que le sería imposible.
Ni los más cualificados miembros de servicios de inteligencia como los estadounidenses lo tendrían fácil para llegar al que hacía llamarse: El Sultán de la Mezquita Azul; por la proximidad del palacio con aquel conocido lugar de culto.
Alexandra traspasó lo que parecía la última puerta porque enseguida vio a un tipo barrigón  y tumbado con una túnica y sombrero rojo que pegaba sus labios a una cachimba de formas arabescas y color azul intenso.
<<Esos tipos solo saben fumar, drogarse, son escoria>> ,luego por un momento recordó por un momento la afición rusa por el vodka que tantos problemas había causado en el país. <<y los que causará>> , siguió diciéndose como autocrítica colectiva.
-Salam Alaikum –dijo con una sonrisa el Sultán de la Mezquita Azul.
Alexandra no contestó pero inclinó ligeramente la cabeza y esbozó una sonrisa forzada.
-Buenos días señorita-dijo el barrigón mientras soltaba la pipa.
-No me llame señorita. Yo soy una dama. Si lo hace otra vez lo tomaré como un insulto. Bien, a lo que íbamos –dijo Alexandra.


5 comentarios:

  1. ¡Hola! La verdad es que me ha gustado, el encuentro final entre dos culturas tan distintas le da un punto de intriga a la situación. Eso sí, bajo mi punto de vista (porque esto es subjetivo totalmente), me ha parecido que insistías mucho en la belleza de la protagonista. No es algo que me haya hecho dejar de leer, pero sí veo que quizá quedaría definida en menos líneas... De todas formas, las descripciones siempre son algo complicado, al menos para hacerlas de forma amena y a la vez lograr que los lectores imaginen justo lo que nosotros queremos que imaginen. A lo mejor se me ha hecho larga la introducción porque para mí ha sido como un relato corto al no tener el resto de la novela. Ha sido sólo una impresión en la lectura.

    Pero una vez ella se pone en movimiento, sí que destaco positivamente la descripción del lugar, todos los olores (un aspecto muy importante que muchas veces se nos olvida, y que además ya nos define bien a la protagonista), parece que te imagines el bullicio y eso me ha gustado mucho. Y ya digo, la descripción del encuentro final, también.

    Mucho ánimo con el proyecto. ¡Saludos!

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  2. Gracias por tus comentarios. Mis protagonistas sueleb ser siempre muy bellas, como el arte etc.
    Saludos

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  3. Hola, me pasa como con tus otras dos novelas que he leído, me atrapan desde el primer momento, me gusta la descripción de los personajes(tú chica muy guapa y sensual) los lugares por los que nos transportas (otra cultura) está muy bien descrito así yo lo creo, me gusta mucho creo que será otra gran novela, muchas felicidades.

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  4. Gracias a ti Alma. Espero que guste a todos los que escribo.

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  5. Gracias a ti Alma. Espero que guste a todos los que escribo.

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